4 de enero de 2011

Pez

Esta es la simple historia de una niña que se convertía en pez los días de luna llena. 
Así sin   más, apenas caía el sol; sin estallidos, humo o un gran espectáculo, ella se transformaba en un inquieto pez.



     Imaginen la sorpresa de su madre la noche en que fue a buscar a su hija de dos años a la cuna donde dormía, y solamente encontró un alegre y vivo de pez de color dorado. Mitad instinto materno, mitad curiosidad, puso al pequeño animalito en un vaso con agua y se dedico a buscar a su niña por el resto de la casa. 
     Varias horas después, luego del amanecer, con llantos y llamados a la policía de por medio, encontró a su hija durmiendo pacíficamente sobre un charco de agua y rodeada de vidrios roto; en el lugar donde había dejado el vaso con el pez.




     Sin penas ni glorias pasaron los años, y su padres, hermanas, doctores, maestros y amigos tomaron como un hecho normal el tener que meter a Natalia en un recipiente con agua unas cuantas noches al mes. Por supuesto que la niña tenía que vivir preocupada por tener agua con la que llenar sus branquias cuando se transformaba, pero eso no le impidió llevar una vida normal.

     Sin embargo las verdaderas sorpresas empezaron en su adolescencia, ya que con sus cambios de ánimo (típicos de la edad) también comenzaron a cambiar los peces en los que se convertía. Una noche de furia, enojada con su hermano mayor, se transformó en un feroz tiburón que su familia se tuvo que limitar a mojar con una manguera. La tristeza la volvía una mantaraya que dormía en la bañadera. La felicidad la convertía en un colorido pez tropical. La nostalgia la transformaba en una gris sardina. Cada estado de ánimo devenía en un pez diferente.

     Cualquiera podría decir que la tercer cita con el muchacho que le gustaba fue un fracaso. Justo después de su primer beso, y en cuanto el sol se ocultó tras el horizonte, Natalia se volvió un pez rojo de aletas grandes y onduladas. Terminaron viendo una película; él sentado en el sillón y ella en una copa arriba de la mesita ratona. El momento fue inigualablemente extraño, sin embargo los dos supieron ahí mismo que estaban enamorados.

     Quizás por ese amor, o quizás por costumbre, ninguno de los dos se sorprendió la noche de luna cuarto menguante en que Natalia dio a luz a su primer hijo; un hermoso y saludable salmón rosado.